Y ahí estabas tú, mí querido Justin, te observaba desde el retrovisor del coche. Tú rostro rebosaba una cálida sonrisa, tus ojos brillaban de la gran felicidad que compartimos en ese hermoso baile que jamás olvidaremos. Esa danza con bellos sonidos que nos unió, pero no en cuerpo como nos pasaba normalmente, sino en alma. Conseguimos que nuestros corazones se tocaran aún con un leve roce de nuestros labios. Y te ibas alejando de mí después de despedirnos, ibas dando pequeños saltos cómo si fueras un niño con un juguete nuevo.
Lamentablemente en este egoísta y traidor mundo lo bello no tiene suficiente fuerza para mantenerse. Entonces fue cuándo le vi a él, a tú vil compañero de clase, a tú fiel verdugo que portaba en sus manos esa arma maldita. Con ella se acabó nuestra felicidad en el instante que dio contacto en tu piel. Por un momento me quedé mirando el retrovisor atónitamente, cómo si mis ojos no quisieran creerse lo que estaban observando y mí mente estaba en blanco. Cuando por fin reaccioné y vi que estabas tendido en el suelo, sangrando y sin moverte, la furia me dominó pero a la vez mí corazón se marchitaba al verte en ese estado. No pensé, sólo salí corriendo detrás de ese estúpido homófobo, agarré su arma y se la empotré con todas mis fuerzas, deseando causarle el mayor daño posible.
De mí boca sólo salían palabras vulgares como: ¡Cabrón!, ¡Hijo puta!, despedía toda la rabia que contenía en mí cuerpo. Corriendo fui en tu ayuda y al contemplarte totalmente inconsciente y pálido, todo mí ser se derrumbó, lágrimas amargas resbalaban por mis mejillas y me preguntaba porque las cosas buenas son siempre vencidas por las mayores crueldades de la humanidad… jamás sabré la respuesta.

El viaje al hospital fue eterno, los minutos pasaban muy lentos y no dejabas de sangrar. Se oía una débil llovizna mezclada con los sonidos ahogados de la sirena de la ambulancia, el cielo estaba llorando por ti. Acaricié tú frente, observándote tristemente con los ojos empañados en lágrimas y de repente observé en tú cuello ese pañuelo blanco que me había comprado hacía unas horas, ahora estaba empapado en sangre. Y recordé que había intentado hacer con dicho pañuelo… ¡Dios mío! Que estúpido fui, no pensé en ti en ese momento. Tarde me doy cuenta de mí grave error.
La ambulancia llegó al hospital después de los peores minutos de mi vida, te llevaron rápidamente a la sala de operaciones. A penas quedaban fuerzas en mí para mantenerme en pie, sólo poseía fuerzas para sostener el pañuelo que te regalé al final del baile.
Dejé caerme en una silla, mirando a la nada, sólo pensando en ti, en lo mucho que te amo y en lo doloroso que sería el mundo si tú murieras y me dejaras sólo. Y recé: ¡Dios mío por favor!, ayúdale, es lo que más quiero en la vida. Yo que jamás había llegado a experimentar el amor verdadero… no me hagas esto, no me quites a lo que más quiero.” Y allí me quedé, sentado, ahogado en lágrimas y dolor, con el apoyo de mí querido amigo Michael que siempre estaba junto a mí en los peores momentos. Desaparecían cada vez más rápido las esperanzas de poder volver a ver tu sonrisa, con esos dientes tan blancos, besar tus tiernos labios y entregarte una vez más todo mi cuerpo y amor. Despierta Justin, no temas, yo estaré junto a ti hasta el final, yo te defenderé. Te amaré para toda la eternidad. Despierta por favor…
Brian Kinney
Nota: Este texto lo he escrito yo, cómo todos los que publico, pero para los que no hayan visto la serie de Queer as folk este texto representa que lo ha escrito Brian dirigido a Justin.
Suki - 03/10/06