14 de septiembre de 2007

Lisa...

Había una vez una muchacha llamada Lisa de tan sólo 17 años, tenía la piel blanca como la nieve, sus cabellos eran negros como el carbón y sus ojos de un color miel tan brillante que era inevitable fijarse en ellos.


Lisa no era una chica como las demás, su corazón era un témpano de hielo, la caracterizaba una gran sensibilidad que la hacía tan frágil como el cristal de las copas que con un leve toque se rompen en un instante. De pequeña nunca conoció el cariño, el amor de la familia, sólo las palizas representaron el único contacto recibido de sus padres. El mejor amigo de Lisa en su infancia fue un oso llamado Teddy con el que pasaba horas y horas hablando ya que no jugaba con los demás niños y el cuerpo de la niña estaba cubierto por un maquillaje color morado oscuro que la marcarían para siempre.


A los doce años, bien entrada en la adolescencia, Lisa fue a parar a un centro psiquiátrico ya que sus vecinos denunciaron las múltiples palizas recibidas por la niña. Aún habiendo odiado tanto aquella casa, Lisa no quería irse de ella, lejos de sus agresores se sentiría insegura. Lloró, pataleó y intentó todos los esfuerzos posibles para que no se la llevarán pero al final todo fue en vano, fue encerrada en lo que sería la residencia de su propio infierno y no volvió a ver jamás a su familia.

En el centro donde fue llevada le diagnosticaron un trastorno de personalidad causado por el abandono sentimental a lo largo de su niñez, habían creado a un ser con sentimientos auto destructivos, vacío, odiado por sí mismo y incapaz de querer a los demás.


Los años fueron pasando y Lisa cada vez escondía más su estado de ánimo, sólo quería estar sola y tapaba su rostro con una máscara ficticia, invisible para los demás, pero cada vez más pesada para ella y así impedía que el resto vieran como era en realidad, se creó una propia faceta irreal, muy distinta a lo que ella era en realidad.


Pasaron ocho largos años, en ese tiempo Lisa aparentemente fue mejorando poco a poco mostrando una cara alegre a los médicos, haciéndoles creer que ya estaba bien, preparada para volver a la realidad. Realmente estaba mintiendo, fingía una recuperación exitosa cuando en realidad por dentro estaba casi muerta, lo odiaba todo, no quería saber nada de nadie, vivía por vivir, nada tenía sentido para ella, sólo pensaba en abandonar el mundo. Hasta que llegó el día en que se cansó de fingir, de mentir, de todo y cesó su vida, se extinguió poco a poco hasta el fin.




Suki – 03/10/06